Publicado: Guatemala, 14 de marzo del 2025
¿A quién representan realmente? Jorge Jacobs analiza cómo los diputados han ignorado a los ciudadanos y las advertencias legales.
En un país donde la mayoría lucha día a día para llegar a fin de mes, es irónico que el Congreso decida elevar sus salarios, sin ningún pudor ni recato, a niveles estratosféricos, comparativamente hablando. Mientras miles de familias apenas logran cubrir lo básico, nuestros supuestos representantes se autorrecetan aumentos que más duplican sus ingresos. Esta decisión es el colofón de una política legislativa desatinada y alejada de la realidad de los guatemaltecos.
Esta medida, aprobada sin un debate pleno y en total desprecio de las órdenes de la Corte de Constitucionalidad (CC), evidencia la cruda desconexión entre los legisladores y los ciudadanos. La Junta Directiva, en una maniobra arbitraria, ignoró criterios técnicos y evaluaciones objetivas para imponer un incremento que, lejos de ser fruto de un análisis riguroso, responde a intereses internos y a una dinámica de poder que privilegia el enriquecimiento personal a expensas de los tributarios.
La lógica de esta decisión resulta casi insólita: los ingresos de los diputados comparados con el sueldo mínimo más alto es 16.6 veces mayor. Pero si se compara con el ingreso promedio de los guatemaltecos —el dato más reciente del INE es de 2022, así que uso la relación que en ese momento tenía con el salario mínimo más alto, de 0.88 por ciento— es de casi 19 veces.
¿Por qué causa tanta indignación este incremento de los diputados? Como bien lo ha explicado desde hace mucho tiempo Mario Antonio Sandoval, si a las personas se les habla de que el presupuesto subió de Q130 mil millones a Q153 mil millones, difícilmente logran captar lo que representa porque una cifra tan grande está demasiado alejada de su realidad. Sin embargo, un incremento de sueldo de los diputados de Q29 mil a Q66 mil, eso sí lo pueden entender, porque lo pueden comparar fácilmente con los Q3 mil, Q5 mil o Q10 mil que a ellas tanto les cuesta ganar todos los meses.
La defensa que han esgrimido algunos diputados en favor de este aumento, alegando que los parlamentarios, en particular los distritales, enfrentan altos gastos para desempeñar su labor, no es aceptable, por una sencilla razón. A ninguno de los actuales diputados, que yo sepa, se les obligó a serlo. Todos aspiraron a llegar al Congreso deliberadamente, buscaron el apoyo de algún partido, hicieron campaña para que los ciudadanos votaran por ellos con el fin de alcanzar su preciado sueño; es decir, ninguno llegó por casualidad o forzado. Y todos, absolutamente todos, aun los que no ganaron, sabían cuál era el sueldo que recibirían si lograban ese triunfo —no creo que haya habido alguien tan despistado para no saberlo—. Entonces no pueden venir ahora a decir que no les alcanza. Si querían tener un mejor sueldo, debían haber buscado otro trabajo.
Que casi todos quisiéramos ganar más de lo que ganamos, no tengo la menor duda, ya que es algo intrínseco de la naturaleza humana. Pero de eso a autorrecetarse, de un solo, un incremento de más del doble de los ingresos, para que lo paguen a la fuerza los patronos, es decir, nosotros, los tributarios, hay una gran diferencia. El descontento de la ciudadanía sobre esta decisión es una muestra de que los patronos no estamos de acuerdo con ese aumento. Pero a los diputados, simplemente, “les pela”.
Si a eso añadimos la forma irregular en que se hizo el aumento, menospreciando incluso las órdenes de la CC —que, en una lamentable muestra de lo político de su actuación, después se desdijo—, no debe extrañar que esta legislatura siga batiendo récords de “transas”, luego de las repugnantes negociaciones con el gobierno para la aprobación del presupuesto y de las ampliaciones presupuestarias. ¡Qué vergüenza de diputados!