Publicado: Guatemala, 26 de septiembre del 2024
¿La ciencia está al servicio de la política? Fritz Thomas explica las devastadoras consecuencias de subordinar la investigación científica a la retórica política.
Un libro me condujo a reflexionar sobre paradigmas actuales que mezclan la ciencia, la ideología y la política. La experiencia con el covid, la ideología de cambio climático y las políticas que se derivan de ella, las corrientes de posmodernismo e interseccionalidad, la agenda transgénero; todas invaden la educación y la retórica, mientras funden la ciencia con la política.
El libro The Lysenko Affair, de David Joravsky (1970), pinta un panorama sombrío del daño que se puede causar cuando la investigación científica se subordina a la ideología y la política. Ofrece una reflexión sobre la influencia de Trofim Lysenko en la política agrícola soviética bajo la dictadura de Joseph Stalin (1922-1952). Lysenko, un agrobiólogo que promovió teorías pseudocientíficas sobre la herencia de caracteres adquiridos, ascendió a la cima del poder científico en la Unión Soviética gracias a su capacidad para alinear sus ideas con los intereses del régimen.
Las teorías simplistas de Lysenko prometían resultados inmediatos y se alineaban con la visión marxista leninista de que la naturaleza podía ser moldeada por la mano del hombre y la sociedad, ser transformada por la revolución. El Partido y Stalin, deseosos de acelerar la producción agrícola y cumplir sus planes, promovieron a Lysenko a pesar de la falta de evidencia científica que respaldara sus propuestas. Su actitud antintelectual y su retórica contra la ciencia “elitista”, “burguesa” y “reaccionaria” encajaban perfectamente con el liderazgo soviético. Ofrecía soluciones rápidas y revolucionarias para multiplicar la producción agrícola sin necesidad de investigación científica a largo plazo.
El apoyo de Stalin fue decisivo. En 1948, Lysenko fue nombrado presidente de la Academia Lenin de Ciencias Agrícolas, lo que le permitió consolidar su poder y perseguir a científicos que refutaban sus teorías. Acusó a los genetistas mendelianos de ser “enemigos del pueblo” y promovió la persecución, encarcelamiento y, en muchos casos, la ejecución de destacados científicos.
Promovía prácticas que carecían de base científica, como la vernalización, que consistía en tratar semillas con frío antes de plantarlas, y la idea de que plantas de la misma especie no competirían entre sí, si se plantaban muy juntas. El impacto de las ideas de Lysenko en la agricultura soviética fue devastador: cosechas fallidas y bajos rendimientos.
En 1950, la producción de trigo de la Unión Soviética fue la mitad de lo que había sido antes de la Revolución (1917). Las caídas en la producción, combinadas con las políticas de colectivización forzada, contribuyeron a hambrunas masivas, como el Holodomor, en 1932-1933, que cobró entre cuatro y siete millones de vidas en Ucrania.
El legado de Lysenko fue la destrucción de la ciencia genética y agrícola en la Unión Soviética durante décadas y la consolidación de una política agrícola basada en ideología más que en evidencia científica. Las hambrunas y las crisis alimentarias resultantes de sus teorías y políticas afectaron a millones de soviéticos.
El relato de Joravsky sobre el ascenso “científico” de Lysenko y cómo el poder político impulsó sus teorías con violencia implacable es poderoso recordatorio de los peligros de permitir que las ideologías políticas anulen la evidencia científica y la importancia de la libertad intelectual en la búsqueda de la verdad.
Encuentro gran parecido con las políticas que se impulsan por el cambio climático, con el fin de que la “temperatura promedio del planeta” no aumente más de 1.5 grados para fin de siglo. El remedio podría ser peor que la enfermedad.