Publicado: Prensa Libre / Guatemala, 9 de Enero 2024
¿Es posible revertir los efectos del ‘wokeismo’ cuando el mérito y la verdad ya no importan?
Los sucesos que desembocaron en la renuncia de Claudine Gay, ex rectora de la universidad de Harvard, provocarán un terremoto en el mundo académico en Estados Unidos y Europa. Hace mella la gobernanza de muchas universidades prestigiosas en tiempos recientes, pues ha traicionado el legado meritocrático heredado de generaciones pasadas.
La Harvard de antes era quizás la más famosa de las ocho escuelas que integran la liga “de la hiedra” (ivy). Obtuvo los primeros lugares en las listas clasificadoras de excelencia académica, como la que publica U.S. News & World Report. Ocho ex presidentes de Estados Unidos y 150 ganadores del Nobel son exalumnos de esa casa de estudios. Menos de 3% de los aspirantes que aplican anualmente son admitidos.
Gay fue la primera mujer afroamericana en acceder a la rectoría. Su nombramiento se anunció a los cuatro vientos. Seis meses más tarde, renunció, aduciendo ser víctima de acoso racial. Se especula que su salida tiene más que ver con los 50 incidentes de plagio en sus publicaciones académicas, que con sus decepcionantes y evasivas respuestas en la interpelación ante la comisión de educación del congreso el pasado 5 de diciembre. Quien se apropia del trabajo ajeno, no puede coherentemente sancionar a estudiantes que cometen la misma ofensa intelectual.
Junto con Gay, rindieron testimonio ante la Casa de Representantes la ex rectora de la Universidad de Pennsylvania, Liz Magill, y la rectora del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), Sally Kornbluth. La diputada y ex alumna de Harvard Elise Stefanik les preguntó reiteradamente si abogar por el genocidio de los judíos violaba los reglamentos internos de sus universidades y ninguna respondió afirmativamente. Dijeron que sus alumnos son libres de expresar ideas conflictivas. Pero dichas universidades consistentemente silencian voces que no concuerdan con una mentalidad progresista (woke). La Fundación para los Derechos de Expresión Individuales (FIRE) califica a Harvard como uno de los lugares que más reprime la libertad de expresión, puesto que expulsan estudiantes con opiniones anti-progresistas, abuchean o desinvitan a conferenciantes, obligan a toda la comunidad a usar lenguaje inclusivo, y más.
El problema real es que las élites intelectuales ya no creen en el individuo, la verdad, ni en la meritocracia. Con el noble propósito de compensar por agravios contra grupos históricamente discriminados, admitieron estudiantes y contrataron profesores, no por su talento ni sus logros personales, sino por su aspecto físico. Incorporaron a su comunidad a personas que no dan la talla tras aplicar una discriminación inversa e intentar conformar promociones diversas.
La teoría crítica les brindó un marco teórico para desvalorar el mérito. Según esta ideología, el ser humano es un eslabón dentro de un colectivo determinado por rasgos externos y, ahora, elección de género. El colectivo de hombres blancos ha gozado de privilegios por siglos; sus miembros son sistemáticamente racistas y opresores, aun inconscientemente. Crearon una matriz de interseccionalidad para clasificar a las víctimas: un hombre indígena es menos víctima que una mujer lesbiana negra, y ella es menos víctima que una persona transgénero de ascendencia indígena y negra. Las agrupaciones de víctimas han demandado “espacios seguros”. Se ha prohibido leer ciertos libros o discutir abiertamente tópicos sensibles. Se reescribe la historia a antojo y se modifica el lenguaje, no en aras de encontrar la verdad, sino para proteger la emotividad de los oprimidos.
¿Hay personas valientes, dispuestas y capaces de sanar a las universidades del wokeismo destructor?